Las mil y una noche del Festival del Cante de las Minas (La Unión)

Patricio Peñalver

La Unión, 26 jul (EFE).- Toda la historia del Festival del Cante de las Minas comenzó en una noche de 1961 en la que Juanito Valderrama actuaba en un teatro del pueblo y después de cantar sus famosas coplas por entonces en boga, sabiendo que estaba en tierras de mineros, quiso cantar, unos dicen que por cartageneras y otros por tarantas, y una parte del público no entendió ese gesto.

A partir de ese momento el entonces alcalde Esteban Bernal, con unos cuantos aficionados, entre los que se encontraba el pintor y escritor Asensio Sáez, pusieron en marcha la maquinaria de lo que sería la primera edición del Festival, que en la presente edición cumplirá 48 años.

A esta altura ya del cante, después de cuarenta y pico de años, no hay que ser un gran especialista en eventos flamencos para afirmar rotundamente que el Festival del Cante de las Minas es un rotundo número uno, un clásico entre un maremágnum de festivales, que se ha ganado a pulso su fama aquende y allende de mares y fronteras.

Cada Festival en sí mismo no deja de ser un festín espléndido, un gran banquete de flamenco, un dialogo platónico acerca de la estética y la belleza de sus cantes.

A pesar de que el Festival ya marcha sobre ruedas, no crean que es una tarea fácil la de pergeñar cada año unos carteles sugerentes y novedosos. En la escala del flamenco las figuras no escalan los peldaños de la noche a la mañana, ni surgen monstruos por arte de birlibirloque. Aquí hay que ganarse la fama a pulso y cantar con el corazón y hasta con las tripas, manteniendo la cabeza caliente o fría, pero en su sitio.

Cada uno tiene que estar en su sitio. Y eso lo saben mucho más los cantaores, bailaores y guitarristas, que cada año concursan con la intención de obtener los máximos galardones, una pérdida de compás, un mal paso, un mal trasteo, puede dar al trasto en unos segundos con las esperanzas de todo un año.

También lo saben las grandes figuras, aquí se viene a revalidar el éxito, ya que aunque se enfrentan ante un abigarrado público, no por ello dejan de percibir que tienen ante sí a las diversas cofradías de los flamencos con la vara de medir. Y los cánones son los cánones, en el cuarto de los cabales.

Hace ya un tiempo el festival del Cante de las Minas obtuvo la declaración de Interés Turístico Internacional. Una estupenda decisión de carácter administrativo que le daba cuerpo y alma a la realidad internacional que ya tenía el Festival desde hace muchos años.

Nadie ha escrito tanto y tan bien de La Unión como Asensio Sáez, que de La Unión real, se inventó otra literaria, contando y cantando la génesis de aquella "Nueva California" que fue la localidad a finales del XIX, con más cafés cantantes por metro cuadrado que ninguna otra ciudad española, hasta dieciséis tuvo en una misma calle.

Aquellos cafés y sus tabernas eran el ágora perfecta para exorcizar, entre vino peleón y láguenas, la dureza y la peligrosidad del trabajo, y los cantes la mejor manera de perderle el respeto a la muerte que tantas veces se cegaba con los mineros. Para muestra, una de las primera letras: "Madre mía, los mineros/ qué buenos mozos que son/ pero tienen un defecto: / que mueren sin confesión".

De aquellos orígenes y de aquellas labores en la sierra, ha quedado como referente cultural de primera magnitud este Festival y sus cantes, después de que sus minas dejaran de ser productivas. EFE

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