El hogar del minero y de la viuda abren sus puertas para recibir un cordial homenaje

La Unión, 30 de julio de 2012.- El Presidente de la Comisión Ejecutiva de la Fundación Cante de las Minas y Excmo. Alcalde de La Unión, Francisco Bernabé, y el Director del Festival, Julio García han querido agradecer personalmente a Antonio García Rozas, como antiguo minero, y a Anastasia Moreno Martínez, viuda del minero Manuel Escudero Martínez, por toda una vida en torno a la minería de La Unión. Francisco Bernabé ha querido saludarlos personalmente en sus hogares, con carácter previo a la Jornada Prólogo de mañana donde ambos serán homenajeados ante su pueblo.

Bernabé ha destacado, en palabras dirigidas a Anastasia Moreno, que "es el pueblo unionense y el propio Festival del Cante de las Minas quienes tienen el grandísimo honor de ofrecerle este homenaje por toda una vida entera junto a su marido, simbolizando con ello, además, el sosteño de todo un pueblo que ha vivido de la minería".

Anastasia nació en 1933 y su marido, Manuel Escudero Martínez, en 1937, "nos vinimos de Puertollano a La Unión a trabajar y mi marido entró en el Cabezo Rajao". Allí, en el Cabezo Rajao pasó 7 meses, después a la mina Brumita que estaba yendo hacia Portmán, por poco tiempo también, y por último a la Cierva donde trabajó alrededor de 15 años y donde ya se retiró.

A comienzos de la década de los 60, emprendieron el camino de Puertollano a La Unión en las postrimerías de la minería de la ciudad manchega. "Él trabajaba en la mina Calvo Sotelo de Puertollano y de allí, con veintitantos años nos vinimos con tres hijos ya. Nos vinimos porque la mina aquella ya se había terminado, fue allí un hombre del Cabezo Rajao diciéndole que los trasladaban. Se vinieron de allí por lo menos 6 o 7, vinieron porque quisieron, claro, era su oficio, su forma de vida".

Hace 18 años que Anastasia perdió a su marido pero aún recuerda con voz serena y tranquila que su marido tuvo una vida plena y que pudo disfrutar junto a su familia hasta el final de sus días. No le quedan en la memoria los malos momentos de soledad y angustia, quizá síntoma de la fuerza que demuestran siempre las mujeres cuando el destino las obliga a afrontar lo que muchos no están preparados. "Cuando él se iba a la mina, me quedaba con mis hijos y con mi suegra y la verdad es que no he estado nunca sola. Además como nos vinimos de Puertollano los 6 o 7 matrimonios pues también estábamos juntos".

Y es en esa búsqueda del porvenir donde sólo cabe la fuerza y la entereza, "él sólo decía que trabajaba mucho y cuando no estaba en la mina se iba de caza, era lo que más le gustaba".

Buscaron en la Sierra Minera no sólo una tierra donde echar raíces sino también un suelo que le proporcionara el sustento necesario que ya le había negado su tierra natal "en Puertollano estábamos muy bien, es nuestra tierra, pero aquí en La Unión no nos ha ido mal y ya nos quedamos".

Pero nunca se olvidaron de los peligros que esconde la mina, una especie de verdad irrefutable que lo persiguió desde que abandonó su tierra. "Él sabía que en la mina de allí iba a coger la silicosis, su hermano la cogió en la mina de carbón, pero decidió venir a las minas de plomo donde incluso se cogía antes la silicosis, daba igual aquí que allí". De hecho la muerte le dio una segunda oportunidad "tuvo un accidente muy grande en Puertollano, cuando nos avisaron de la clínica ya había allí cuatro curas. El médico decía que no se iba a salvar, luego se salvó y entonces le dijo el mismo médico que después de aquello, si no quería, que no volviera a la mina. Pero los cuartos de la mina eran muy golosos y él no era peón, él era de los que iban con el martillo y, claro, ganaba más".

Después de que lo retiraran de la mina, la silicosis se adueñó de sus pulmones, sin embargo confiesa Anastasia que "no estuvo muy mal de la silicosis, el problema es que era alérgico a la penicilina. La muerte le vino de un momento a otro. Creo que le pusieron más de la cuenta y no lo resistió".

El recuerdo que le queda después de que muriera hace ya 18 años es sencillo pero también muy grande y, es aquí cuando Anastasia se permite un solo momento de flaqueza "él era compañero y me quedé muy sola porque la compañía de mi marido era muy grande. Afortunadamente me han quedado hijos e hijas". Su legado más preciado y por el que tanto lucharon buscando un lugar mejor para vivir.

Tras el encuentro con Anastasia, Francisco Bernabé y Julio García también han querido dedicarle unos momentos al antiguo minero Antonio García Rozas y su familia. "Cada vez hay menos mineros que hayan trabajado en nuestras minas", expresaba el alcalde "y es por ello que todo el municipio de La Unión y el Festival Internacional del Cante de las Minas quieren rendirle este merecido homenaje".

Antonio García nació el 15 de octubre de 1928 y empezó a trabajar en la mina con 18 años, en el año 1946, de peón en la mina del Concilio, camino al Gorguel. Como reconoce "trabajaba de peón porque no tenía otra cosa", recuerda con una risa resignada que tan sólo ganaba 14 pesetas al día. La miseria y el trabajo se cebaba con los peones cuyo cometido consistía en deszafrar los restos después de que los perforistas hicieran los barrenos, "trabajábamos a cien o doscientos metros de profundidad y sacábamos plomo".

La firmeza y aplomo de su juventud cuando empezó a trabajar se topó con la oscura realidad, y entonces fue cuando pensó "dónde me he metido. Se trabajaba casi en cueros, nos llevábamos la comida y para limpiarnos, con un cubo de agua, nos lavábamos unos a otros En aquellas fechas no cantaba nadie. El trabajo que había en esa mina, no era para cantar, era para sufrir".

No son necesarias muchas palabras: "la mina era malísima". Parece describir con estas palabras un poder tiránico que atraviesa el alma y cuya voluntad hace que aun mucho tiempo después siguiera apoderándose de él, "Solo fue un año, pero no se me olvidará nunca. Muchas noches soñaba que me metía en un agujero y no podía salir, miraba por todos lados y entonces me daba cuenta que no podía ni respirar"; "Era muy malo, cogías la silicosis o pasabas por algún sitio que te cayera algo".

Efectivamente, Antonio recapacitó y abandonó. Abandonó porque dentro de la oscuridad no había ni gloria, ni porvenir. "Me fui porque mi padre me dijo que si quería mina, que me quedara allí, pero que no volviera a casa. Y una noche, trabajando yo solo, a cien metros de profundidad le dije al capataz, `tócame que me voy´, él me dijo que me tenía que esperar a que entrara otro nuevo, pero yo lo tenía claro y esa misma noche me volví a casa y se acabaron las minas para mi".

Aunque ya fuera de la mina y con la esperanza de algo mejor, después de un año de titánico trabajo en la mina, se fue a hacer el servicio militar y cuando regresó "volví a la Peñarroya y allí trabajé en la cantera Emilia de chófer. No volví a trabajar dentro de la mina". Pero, como siempre, la corrupción de la mina lo perseguía y esta vez tras un velo invisible. Debido a la gran cantidad de polvo que levantaban los camiones se formaban las condiciones propicias para contraer la silicosis. "No podía cerrar las ventanillas porque me asfixiaba y si las dejaba abiertas, tragabas polvo. Y esto duró hasta que conseguimos que regaran, plantamos cara y dijimos que si no regaban dejábamos de trabajar. Lo pasábamos muy mal". Sin embargo, todavía puede contar su historia y tras muchos años luchando, la silicosis no ha podido con él "lo llevo bien, haciéndome muchos reconocimientos parece que no se ha agravado".

Antonio se retiró allá por 1972, con tan solo 44 años debido a un accidente con su camión que le impidió desempeñar cualquier oficio, pero tanto dentro como fuera de la mina "he visto a muchos morir, a muchos amigos y a mucha gente buena, pero las minas tienen eso. Entre la silicosis, sobre todo, y los médicos que estaban pagados por la compañía, que mientras que no estuvieras ya muerto ninguno decía que estabas en el tercer grado de silicosis y claro, hasta entonces se seguía trabajando, aunque no pudieras".

Y son muchos los recuerdos de muerte y desolación que le ha dejado la mina, todavía rememora con tristeza un momento en sus inicios, "cuando entré ahí, vi a un muchacho que tenía 25 años y estaba él solo en un rincón sin hacer nada. Cuando pregunté qué le pasaba ya me dijeron que tenía el tercer grado de silicosis y ya sabíamos que no se podía hacer nada, cuando entró trabajaba como una fiera, hacía de todo, pero la silicosis se lo llevó por delante".

Ahora, a sus 83 años recibe el reconocimiento que merece por justicia de todos aquellos que perdieron la vida, no así en balde, sino por el porvenir de los demás, no así por la gloria que quedó sepultada en la oscura soledad de la mina y en donde las generaciones posteriores ya no tendremos que buscar por 14 pesetas "al principio no le di mucha importancia pero luego me ha dado alegría y creo que me lo merezco. Hay otros muchos que se lo merecen pero ya quedamos muy pocos".

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