Hoy sube al trono Felipe VI, nuestro nuevo Rey. Y somos muchos los ciudadanos españoles -una inmensa mayoría, para ser más exactos, mal que les pese a los radicales de izquierdas y a los nacionalistas independentistas- los que tenemos depositadas enormes esperanzas en el papel que va a desempeñar el nuevo Monarca en los próximos tiempos.
A nadie escapa que la sociedad española demanda -y con razón, añado- cambios sustanciales en las formas y en los fondos de entender lo que ha sido la actividad pública a lo largo de estas últimas décadas. Y ya no hablo solo de la clase política, que por supuesto, sino también del mismo modelo de Estado a nivel de lo que puede y debe ser una nueva y mucho más coherente, moderna y cercana organización territorial, competencial y económica de las distintas administraciones.
Y creo honestamente que este es un proceso que no va a admitir demasiadas demoras, pues los ciudadanos quieren experimentar con prontitud transformaciones reales en su percepción cotidiana sobre infinidad de cuestiones que afectan a su día a día. Quienes piensen que todo lo que ha pasado estos últimos años se soluciona simplemente con una gradual mejora de la situación económica, por notable que ésta vaya a ser, es que no se han enterado absolutamente de nada.
De ahí la importancia que hoy adquiere la labor a desempeñar por el Jefe del Estado. El Rey Felipe tiene ante sí el enorme reto de jugar un papel fundamental en los sin duda grandes pactos de Estado que precisa nuestra nación. No sé si será apropiado llamar a ese proceso como una Segunda Transición, en terminología que está adquiriendo cierta fortuna últimamente, pero lo que sí tengo claro es que se va a volver a requerir de los partidos políticos, al igual que en la década de los setenta del pasado siglo, mucha altura de miras, gran capacidad de dialogo, ingentes dosis de generosidad y, sobre todo, un sentido de Estado que debe prevalecer siempre por encima de los intereses meramente partidistas.
Pero es obvio que esas negociaciones traerán tensiones y, a que negarlo, probablemente en abundancia. Pues bien, justo ahí es donde empezará el cometido del nuevo Monarca, ya que su labor de garante de la Constitución va a ser fundamental para dotar de estabilidad y llevar a buen puerto a esta hermosa nave que se llama España.
Al respecto, considero que Felipe de Borbón reúne todos los ingredientes para ser la baza decisiva en todo ese proceso. Es un hombre de su tiempo, inteligente, honrado, cercano, prudente y dotado de una magnífica formación, cualidades todas ellas que junto con los sabios consejos de sus padres que sin duda siempre tendrá- lo hacen la persona idónea para desempeñar tal labor con éxito.
La Monarquía Constitucional ha brindado hasta la fecha un excelente resultado a nuestro país. Y estoy plenamente convencido de que así va a seguir siendo. Tras Juan Carlos I llega el tiempo de Felipe VI. Un Rey del siglo XXI. Un Rey para España y para todos los españoles. Suerte en la tarea, Majestad.